Hay quienes indican que en los noventas el espacio vivió su momento más descontrolado, cuando el lugar ya no sólo alberga adictos a drogas, sino que ahí mismo se elaboraba la metanfetamina.

Por: Crisstian M. Villicaña

Tan sólo con escuchar la palabra Tijuana, nos vienen a la mente una serie de ideas relacionadas con el peligro, las drogas y la prostitución, todo esto alimentado por la concepción popular de una ciudad caótica, donde se supone que la corrupción y la impunidad hacen que cualquier cosa sea posible. 

Algo similar ocurre con un lugar ubicado en la calle Génova, de la colonia Altamira, en donde una edificación que puede pasar percibida para el ojo común, esconde una serie de historias que pocos se animan a confirmar por temor a las represalias de los que ahí viven.  

Hablo de "El Manicomio", conjunto habitacional que fue bautizado con ese mote porque en su interior predominaba o predominan inquilinos que son adictos a drogas como la heroína, el cristal o los solventes como la gasolina y el pegamento, "puro loco", pues. 

Al ingresar al espacio resalta la herrería por todos lados, ventanas con rejas, puertas de hierro forjado y aquellas que no contaban con este tipo de puertas, dejaban ver hasta tres candados en las bisagras -mostrando que acá la inseguridad es del diario-. 





Hay música alta saliendo de algunos departamentos, nadie parece inmutarse, mientras un joven sin camiseta y tatuado sale de un departamento pidiendo una "canala" (papel para forjar un tabaco o porro de marihuana) alimentando con esto aún más la concepción del lugar peligroso, en donde la droga fluye y con ello, una serie de escenas que pudieron ser parte de la concepción de Quentin Tarantino en una escena de "Pulp Fiction". 

Al mismo tiempo, entran y salen personas que a simple vista parecen no consumir drogas, por lo menos eso indica su actitud que refleja también una especie de reserva, como cuando se camina por un callejón y se prefiere no voltear a los lados para no mezclarse con lo que pasa. 





Y es que los 200 pesos que se pagan a la semana atraen a personas de todo tipo, desde aquellos que debido a un bajo ingreso salarial se ven forzados a habitar en este tipo de espacios, así como los que se dedican a negocios ilegales, encontrando en este lugar un refugio seguro; según nos relata una vecina que dice llevar cerca de cinco décadas en el conjunto habitacional, casi el mismo tiempo de vida que tiene el mismo. 

Doña Juana, narra que le ha tocado ver muchas cosas; sus ojos hacen una expresión queriendo recordar, pero a la vez, todavía sorprendida por la imagen que quiere revivir.  

Casi todas la escenas -nos dice- están relacionados con sobredosis, hombres y mujeres tirados en las escaleras, afuera de sus departamentos, gritos, peleas, lo más común -agrega- acá pasan muchas cosas, pero no todo se puede contar, porque las paredes tienen oídos y ojos. 

Debido a que sólo se abastece el agua una vez por semana se pueden observar varias filas de baldes con el líquido, algunos con ropa remojándose. Las fachadas de cada departamento son grises, no en el sentido del color, sino que no expresan emoción, muy parecido a lo que pudiera ser una cuartería, de ahí algunos pasillos donde el contacto es muy cercano debido a lo estrecho. 

Hay quienes indican que en los noventas el espacio vivió su momento más descontrolado, lo que ocasionó que se desplegará un operativo policiaco, ya que se presumía que el lugar ya no sólo alberga adictos a drogas, sino que ahí mismo se elaboraban algunas de ellas, en específico las metanfetaminas, lo que se conoce como un laboratorio de cristal; todo esto no lo pudo confirmar Doña Juana, pero tampoco lo negaba, más bien parecía que no deseaba hablar de más por el temor ya mencionado. 

Luego de estar poco más de media hora platicando con Doña Juana, fue momento de partir, las miradas comenzaban a ser más constantes -ya avisaron que están aquí- dijo refiriéndose a mí  y a los dos colegas que ingresamos al lugar; como se podrá imaginar, la presencia de tres personas con cámara fotográfica al hombro causó alerta en alguno de los vecinos, al grado que a los segundos de salir del sitio ya algunos de ellos habían descendido y salido de la edificación para ver el por qué estábamos ahí. 

Tuvimos que apresurar el paso y subir rápido al auto, no fuimos perseguidos, pero sí nos hicieron saber que no todos son bienvenidos, más cuando se pretende saber todo lo que esconde "El Manicomio".